RETIRADA NADAL

Se va Rafa, pero acomódense: llega Netflix con la vida de Nadal

Rafael Nadal announces his retirement from tennis

Rafael Nadal announces his retirement from tennis

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Era un sinvivir, estado de ansiedad o desazón que hace vivir con intranquilidad a quien lo sufre, dice la RAE, que, de nuevo, acierta, no en la definición del término sino por lo bien que se adapta a los dos últimos años vividos, sufridos, padecidos por Rafa Nadal Parera, que ha vivido, entrenado y jugado sufriendo mucho más de lo que es habitual en los deportistas de élite que, siempre, siempre, juegan con dolores, lesionados.

Nadal se ha dado cuenta de que, ahora, seguir jugando era poner en riesgo su cuerpo, insisto, muy machado. Ganó su primer partido profesional, en 2002, en el torneo de Palma, donde derrotó al paraguayo Ramon Delgado, ahora capitán del equipo de la Davis de su país, por un doble 6-4. Desde entonces, se ha pasado 20 años en el top-100 y 17 años en el top-10. Imposible pedir más.

“Nadie sabía nada, por descontado que lo intuíamos, pero ha sido una decisión suya, tremendamente íntima, muy personal, solitaria, durísima, muy dura”, me explica uno de sus íntimos amigos, lejos del tenis, de Manacor.

Puro sufrimiento

Lo que ha vivido Nadal hasta decir, hoy, definitivamente, me voy, lo dejo, es una lucha personal, interminable, consigo mismo. No porque se creyese que podía seguir jugando al más alto nivel o pensase que esos niñatos poderosos, de golpes supersónicos, no iban a arrinconarlo en la historia. No, no, simplemente porque entrenar y jugar es su pasión. Nada más.

Ya había ganado todo lo que podía ganar. Todo. Incluso ese oro que quería en los Juegos de París estaba repetido, igual que la Copa Davis que tratará de ganar en Málaga. Nadal se sentía vivo, útil, porque seguía entrenándose y, de vez en cuando, competía. Pero lo hacía con la sensación, no de recuperar al Nadal que fue (en ese sentido, desde luego, me recuerda al Marc Márquez que ha vuelto, que no quiere ser, ni lo pretende, el ganador de 2019, quiere divertirse corriendo y ganando, de vez en cuanto), sino de sentirse vivo, atleta, deportista, competidor. Eso, competidor.

Rafa Nadal levanta el Us Open.

Rafa Nadal levanta el Us Open. / EFE

Pero ni siquiera entrenando como siempre, con su equipo de siempre, con la gente de siempre, con su ‘otra familia’, mira, la misma que perdió MM93 al abandonar el ‘team’ Repsol Honda, ni siquiera poniéndole la misma ilusión, tenía la sensación de que saldría adelante. Hay un momento que el cuerpo, cualquier cuerpo, dice basta, suficiente, hasta aquí hemos llegado. El de Rafa Nadal ha estado muy, muy, machacado y, sobre todo, siempre con algo, siempre con daño, siempre de médicos, con médicos, entre médicos.

El endurecimiento de las pistas, la cada vez menos presente tierra batida y, también, claro, la evolución del juego, del tenis, del golpeo, de las pelotas, de las raquetas hacia un tenis más físico, más rápido, que no te permite pensar, que debes correr, moverte y golpear como si no hubiese final, han hecho que en cualquiera del millón de cajoncitos que tiene en su cerebro, Nadal haya construido, poco a poco, en estos dos años, la idea de que esto se acaba, amigo.

Nadie sabía nada, por descontado que su entorno más personal lo intuía, pero ha sido una decisión suya, tremendamente íntima, muy personal, solitaria, durísima, muy dura

Todo hay que decirlo, el nacimiento de Rafael Júnior, la otra vida que comparte con Mery, ha terminado de inclinar la balanza hacia el “se acabó”. Júnior ha transformado la vida del campeonísimo, a la porra los 22 años en la élite, a la vitrina los 22 Grand Slams, al álbum de los recuerdos los 92 títulos de la ATP, bañar al bebe, cambiarle el pañal, darle la papilla, pasearlo sobre sus hombros ¡¡¡menuda putada le hace la cigüeña a ese niño si lo deja en la portería de al lado!!!, lanzarlo al aire y pillarlo al vuelo, compartir esa sonrisa contagiosa, única, irrepetible, ha hecho que Nadal piense que hay otra vida, tal vez no tan gloriosa ni glamurosa, ni siquiera igual de millonaria, o sí, que la que ha vivido y disfrutado durante los últimos 22 años, aunque los dos últimas han sido para olvidar.

Está Mery, esta Rafael, su Academia, el barco, el golf, sí, sí, el golf, los amigos de toda la vida que siguen ahí y, en estos últimos meses, todo hay que decirlo, desde París-2024, está la devoción “a veces hasta desproporcionada, pero siempre admirable”, me dice el amigo, de un Carlitos Alcaraz, que ha terminado convirtiendo a Rafael en fuente de inspiración e imitación. “Es más, yo creo que jugó tan mal el dobles en París porque estaba solo pendiente de agradar, de compartir, de disfrutar de estar junto a Nadal”.

Empieza el cine

Se va Rafael Nadal Parera pero prepárense, acomódense, busquen un buen sofá porque pronto, muy pronto, aparecerá en Netflix la impresionante, documentada, vivida, serie de cuatro capítulos sobre su adiós y su vida. Un equipo, dicen que financiado por uno de los productores más de moda de EEUU, David Elllison, hijo del dueño de Oracle, lleva persiguiendo a Nadal durante meses y meses, su director no se separa de él ni un solo día. La serie está dirigida por el también norteamericano Zachary Heinzerling, el cineasta que sentó, durante un montón de horas y realizó un jugosísimo documental, al beatle Paul McCartney y al exótico Rick Rubin, famosísimo productor musical, premiado con un montón de Grammy. La serie de Heinzerling se tituló ‘McCartney 3, 2, 1’.

Pues eso, 3, 2, 1, desaparece Rafa Nadal Parera de nuestras vidas. Gracias por todo y más. Felicidad a los envidiosos, que se busquen otro hueso.